Llegó la esperada celebración por los doscientos años del estreno de la mayor obra jamás escrita, la novena sinfonía de Ludwig van Beethoven.
Por: Erick Moreno Paz
Se celebró en México de una manera muy especial con un magno concierto, en el Auditorio Nacional donde hubo cupo lleno la noche del martes 7 de mayo.
Con la novena, Beethoven se aventuró a redefinir los alcances sonoros de una obra sinfónica, superando los estándares vigentes de su época. Convirtiéndose en una enorme influencia para los compositores que le siguieron. Beethoven, el genio romántico, hombre atormentado y fascinante, capaz de componer las piezas más sublimes, vivió su tiempo con extraordinaria intensidad desde su natal Bonn, en donde creció y se empapó del racionalismo y el anti dogmatismo que darían forma a su obra posterior, hasta Viena, capital de la música europea donde el compositor culminó su carrera y vivió su delicada salud, sus fracasos amorosos y su irremediable sordera, que no impidieron su consagración como genio mítico.
Se afirma que Beethoven decidió al final de 1789 hacer algún día su propia adaptación del poema de Schiller, la Oda a la Alegría que comienza con ¡Oh amigos, no esos tonos! Entonemos otros más agradables y llenos de alegría. ¡Alegría, alegría! Con la voz del barítono como solista, tratando de llevar el mensaje a la humanidad de dejar de usar todo aquello que distorsiona, malogra y perturba la convivencia humana, implorando por recrear aquellas cosas que den verdadera alegría y libertad al ser humano.
No faltó el Himno a la Alegría
Y este es el mensaje que dio el director conductor Rodrigo Macías al hablar sobre el propósito de deleitarse con esta majestuosa obra musical. Pidiendo al público que recapaciten sobre las maneras de vivir y exportando a comportarse con mayor tolerancia, bondad, paz, equilibrio y verdadera humanidad. Pues es justamente este el mensaje que trae consigo la novena sinfonía y especialmente el cuarto movimiento, el también conocido Himno a la Alegría.
La obertura Egmont, con la que se abrió el concierto fue compuesta por Beethoven entre octubre de 1809 y junio de 1810, forma parte de la ópera del mismo nombre de Johann Wolfgang von Goethe. Se interpretó por vez primera en Viena el 15 de junio de 1810. La obra fue muy elogiada tras su estreno por el propio Goethe quién manifestó públicamente su admiración por la genialidad de Beethoven. Esta obertura ha sido interpretada y grabada profusamente por las principales orquestas del mundo.
Una gran noche para honrar a Beethoven
Las Danzas Polovtsianas o Danzas de los pólovtsy es el fragmento más conocido de la ópera El Príncipe Igor de Aleksandr Borodín, estrenada en 1890. Como en esta ocasión se interpreta como una pieza independiente y es una de las obras más populares del repertorio clásico y un gran ejemplo de música coral, se eligió como parte del concierto conmemorativo para dar cierre a la primera mitad del concierto antes del intermedio, mismo en el que hizo su aparición el gran Beethoven representado por un actor que se paseaba en el escenario al rededor de su mesa de escritorio anotando sus ideas musicales que después se convertirían en la enorme y colosal sinfonía que es hoy día, insuperable.
Siete de mayo. Media tarde en Viena. A petición popular, algo inusual en aquellos tiempos, Ludwig aceptó estrenar en Viena. ¿Cómo recordar, más allá de espléndidas interpretaciones que las mejores orquestas del mundo han realizado a partir de entonces de esta obra clave, aquellos momentos previos, la escucha inicial de aquel portento? Un individuo de pocos amigos, reservado aún más por la cárcel de su sordera casi absoluta. Llegaba al escenario para llevar el tiempo de su obra final, al lado del director Michael Umlauf. Quien, de manera discreta, había advertido a los intérpretes para no atender los lineamientos del autor, encerrado en su propio mutismo mientras desgranaba la partitura sin distinguir los instrumentos.
Siempre vivo
Así, la tarde del 7 de mayo el auditorio nacional abrigó un engranaje orquestal y coral que fueron los acompañantes de Angelica Alejandre (soprano), Alejandra Gómez (mezzosoprano), Rodrigo Garciarrollo (tenor) y Tomás Castellanos (Barítono), solistas que interpretaron la oda a la alegría en el acto final que fue ovacionado por el público de pie durante varios minutos en los que tuvieron que salir repetidas veces junto al director a recibir la ovación que seguramente fue similar a la que recibió el autor en su estreno hace ya doscientos años.
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